El Papa Francisco recordó en su homilía en la Vigilia de este sábado Santo, que la Pascua del Señor nos lleva a nuestro pasado de gracia, nos hace volver a Galilea, allí donde comenzó nuestra historia de amor con Jesús. Es decir, nos pide que revivamos ese momento, esa situación, esa experiencia en la que encontramos al Señor, sentimos su amor y recibimos una mirada nueva y luminosa sobre nosotros mismos, sobre la realidad, sobre el misterio de la vida; no al encuentro de un Jesús abstracto, ideal, sino a la memoria viva, concreta y palpitante del primer encuentro con Él.
Sí, hermanos y hermanas, para caminar debemos recordar, para tener esperanza debemos alimentar la memoria. Esta es la invitación: “¡Recuerda y camina!”.
Podemos centrar nuestra reflexión pascual en estas dos acciones. La memoria nos ayuda a mirar lo hecho hasta ahora, nuestra historia, a poder mirarla caminando, como un recorrido que nos lleva a alguna parte y continúa diciendo el Papa: “Y nos invita a hacer memoria de Galilea, de nuestra Galilea; de nuestra llamada, de esa Palabra de Dios, que en un preciso momento te habló justamente a ti; de esa experiencia fuerte en el Espíritu; de la alegría inmensa que sentiste al recibir el perdón sacramental en aquella confesión; de ese momento intenso e inolvidable de oración; de esa luz que se encendió dentro de ti y transformó tu vida; de ese encuentro, de esa peregrinación”.
“Cada uno de nosotros conoce dónde tuvo lugar su resurrección interior, ese momento inicial, fundante, que lo cambió todo”. La rutina va desgastando el amor, no tenemos tiempo para detenernos a pensar: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos y a dónde vamos? Y así vamos cayendo en la desmemoria desorientada, nos demoramos en cualquier parada, perdemos el tiempo y ya no sabemos porqué ni cuándo habíamos adoptado la decisión de seguir a Jesús.
Y continúa el Papa Francisco: “Porque cuando has olvidado ese primer amor, cuando has pasado por alto ese primer encuentro, ha comenzado a depositarse el polvo en tu corazón. Y experimentaste la tristeza y, como les ocurrió a los discípulos, todo parecía sin perspectiva, como si una piedra sellara la esperanza. Pero hoy la fuerza de la Pascua nos invita a quitar las lápidas de la desilusión y la desconfianza”.
En cambio, las mujeres en Pascua no se quedaron paralizadas frente a una tumba, sino que -dice el Evangelio- “atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos”. Llevan la noticia que cambiará para siempre la vida y la historia: ¡Cristo ha resucitado!. Y, al mismo tiempo, custodian y transmiten la recomendación del Señor, su invitación a los discípulos: “que vayan a Galilea, porque allí lo verán”. Pero, ¿qué significa ir a Galilea? Dos cosas: por una parte, salir del encierro del cenáculo para ir a la región habitada por la gente (cf. Mt 4,15), salir de lo escondido para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el futuro. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los discípulos.
Por tanto, ir a Galilea significa volver a la gracia originaria; significa recuperar la memoria que regenera la esperanza, la “memoria del futuro” con la que hemos sido marcados por el Resucitado.